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La fuente del camino

Luis Antonio García Bravo

Quiso el prisionero beber agua, y alzando sus manos esposadas llamó la atención de sus guardianes gritando:

—Señor guardia agua por favor.

Los escoltas dirigieron sus miradas hacia el cabo, quien con un gesto de su cabeza asintió para que le dejaran acercarse a la fuente del camino.

Al contemplar el prisionero su rostro reflejado en el espejo del agua se sorprendió. Al verse tan demacrado, sucio y herido comenzó a sollozar.

Puso sus maltratados labios en el chorro y recordó aquella fuente del camino donde se paraba cuando era un niño y bebía agua fresca y dulce. O cuando ya era más mayor y volvía una vez terminada la faena, y se detenía junto la fuente para lavarse la cara y las manos y llegar limpio a casa.

Sintió de lleno la tristeza al evocar aquello tres largos años de guerra, cuando tuvo que huir al monte, y como aprovechaba cada vez que se acercaba a la fuente para calmar la sed en ella.

Perdido entre los recuerdos que el agua reconstruía en su cabeza escuchó la voz malhumorada y autoritaria del cabo que gritaba:

—Venga ya está bien, sigamos.

Un guardia que estaba a su lado le apartó con un empujón de la fuente, y al emprender de nuevo el camino, el prisionero volvió la mirada hacia atrás pues sabía que ya nunca más volvería a beber agua tan dulce y fresca.

Julio 2015