Luis Garcia Bravo

Año 2010


Es una de esas tarde del mes de junio, cuando el sol comienza a ser clemente con los humanos y decide de darles una tregua tras el calor del día, corre un viento de levante, muy tenue, quizás intimidado aun por el sol.

Sentado bajo un arbusto solo oigo el piar de los pajarillos que anidan por estos lugares , quizás, estén  contentos tras las horas pasada de calor, no hay nada mas que interrumpa la paz de estos momentos, lo que me produce una sensación de relajamiento y paz formidable que casi me hace caer en el sueño, con los ojos entre cerrado miro hacia el azul del cielo y veo planear un aguilucho, diría que es un águila culebrera, pero no soy ningún experto, lo que  me llama la atención es su quietud en el aire mirando hacia abajo, de seguro que habrá visto su cena, la veo quieta es como si la hubieran pintado en un lienzo azul, de pronto recorta hacia un costado y sigue su vuelo, sigo con la mirada hasta perderla en la lejanía.

Ese vientecillo tímido de vez en cuando mueve el jazmín, derramando su aroma que llega hasta donde me encuentro y por un momento me trae recuerdos de mi casa, de aquel jazmín que sembró mi abuela María, y que todas las tarde cuando el sol se ocultaba salía y recogía del suelo unos pocos, enhebraba una aguja de coser con hilo blanco y los cocía, uno por uno, haciendo una moña, la que regalaba a mi novia cuando llegaba.

Invadido de paz y olores, termino cayendo en un sueño, que interrumpe de vez en cuando mi amigo Juan, quien se afana en la tarea de mover tierra, quitar hojas y regar, mientras me comenta cosas sobre su pueblo Castellar de la Frontera, hablamos de Don. Juan de Saavedra, etc., pero pronto dejo de escucharlo, pues supongo que se habrá ido a la parte de detrás de la casa a seguir con su faena, momento en que el sueño me vence y dejo de volar mi imaginación, quizás influenciado, por la conversación o por el hechizo que ejerce en mi persona el entorno y dando saltos en la historia me detengo en la que mas me apasiona cuando el Castillo Fortaleza de Castellar de la Frontera,  estaba en poder de  los castellanos y su señor Don Juan de Saavedra, andaba por estas tierras, siempre alerta de cualquier ataque, fronterizo.

Pero me dejo  llevar en mis sueño y quiero pensar que no todo fueron guerras, de fronteras he imagino a los pastores con sus rebaños de cabras, por los alrededores del castillo  y por arriba, de Los Castillejos refugiados en los huecos que como abrigos naturales, existen en las rocas arenisca, donde hay sombra y siempre corre el aire, y desde donde el pastor paciente mira hacia la lejanía, donde entre las montañas divisa la cresta del Peñón de Gibraltar, de seguro que el nunca a estado en Gibraltar, o quizás  ni tan solo cerca del mar.

En las imágenes de mi sueño quiero ver salir  de la Fortaleza, montando un gran caballo blanco al señor de Castellar, acompañado de algún oficial y tropa,  para ballestera algún venado o jabalí, por los rincones de mal abrigo o por el bosque de la Almoraima

Me permito en mi sueño de volar como el águila culebrera parando mis alas y observando desde lo alto todo cuanto quiero transportándome de una época a otra de la historia de estos parajes y del Castillo Fortaleza de Castellar de la Frontera

De repente escucho de nuevo la voz de mi amigo quien me dice si estoy dormido, a terminado ya sus tareas y se sienta, le cuento mi sueños y seguimos hablando de historias sobre Castellar de la Frontera y sus alrededores.

Mientras charlamos la tarde comienza a dejar paso al anochecer, el jazmín agudiza a un mas  su aroma, quizás en competencia del aroma de la dama  de noche.

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